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XCIII

El pecho mio de profunda herida
sentia llagado, y la siniestra mano
estaua por mill partes ya rompida.

Pero el contente fué tan soberano,
q. á mi alma llegó viendo vençido,
el crudo pueblo infiel por el christiano.

Que no echaua de ver si estaua herido,
aunque era tan mortal mi sentimiento,
que á veces me quitó todo el sentido.

Y en mi propia cabeça el escarmiento
no me pudo estoruar que el segundo año
no me pusiesse á discrecion del viento,

Y al bárbaro, medroso, pueblo estraño,
vi recogido, triste, amedrentado,
y con causa temiendo de su daño.

Y al Reino tan antiguo y celebrado,
á do la hermosa Dido fué vendida
al querer del troyano desterrado,

Tambien, vertiendo sangre aun la herida,
mayor con otras dos, quise ir y hallarme,
por ver ir la morisma de vencida.

Dios sabe si quisiera allí quedarme
con los que allí quedaron esforçados,
y pederme con ellos o ganarme;

Pero mis cortos implacables hados
en tan honrrosa empresa no quisieron
q. acabase la vida y los cuydados;

Y al fin, por los cabellos mo truxeron
á ser vencido por la valentia
de aquellos que despues no la tuuieron.

En la galera Sol, que escurescia
mi ventura su luz, á pesar mio
fue la pérdida de otros y la mia

Valor mostramos al principio y brio,
pero despues, con la experiençia amarga,
conoscimos ser todo desuario.

Senti de ageno yugo la gran carga,
y en las manos sacrílegas malditas
dos años ha que mi dolor se alarga.

Bien se que mis maldades infinitas
y la poca attricion que en mi se encierra
me tiene entre estos falsos Ismaelitas
[1].

  1. Los versos que siguen hasta el fin de la epístola se