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la premura de la narracion nos hace desistir de de consignar aquí. Sin embargo no podemos dejar de hacer especial mérito de la bravura del soldado de caballeria Leonardo Ayala, del regimiento N. 21 vecino de San Ignacio, que en el ímpetu de la carga se dirijió resueltamente sobre un cañon para tomarlo y ya habia conseguido enlasarlo, cuando cayó gloriosamente en su empeño ; pero deja su nombre á la posteridad, y su ejemplo á sus compañeros de armas.

Sigamos ahora los pasos del desecalabrado ejército, asi como hicieron nuestros valientes para completar su desastre.

Aliviaron mas sus bagajes quemándolos, y continuaron su camino tomando la direccion de Nioac ; pero yá bajo la guardia de nuestra caballeria que á vanguardia, retaguardia, y costados les cerraban, quitándoles todo recurso y esperanza de salvacion.

Arrebatádoles sus provisiones de boca no les quedaba sino los bueyes de sus carros : aceleraron su fuga ; pero nuestros soldados cuando querian detenerlos prendian fuego á los pajonales que se encontraban en su camino.

Cada dia que pasaba, la mortandad se aumentaba en sus filas dejando 16, 20 y 30 muertos en los lugares que acampaban ; registrábase al principio en casi todos los cadáveres las huellas del sable de los dias ocho y diez, pero bien pronto acosados del hambre fueron victimas de él.

Nuestra caballeria, retirando todo recurso y cerrándoles siempre por todas partes, hacia acrecentar en ellos el padecimiento del hambre, y tuvo que recurrir á las tunas, á la raiz y corazon de los árboles, y hasta comieron perros para alimento.

Y para el colmo del desastre, Dios habia reservado á esos infames para espiar su crimen un castigo aun mayor. El cólera, esa terrible peste que habia asomado hasta poblaciones de los aliados, y arruinado el ejército enemigo del S., apareció entre ellos con todos sus horrores, haciendo el mas espantoso estrago.